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Ciertamente, muchos masones en el pasado han sido protagonistas de eventos trascendentes en la historia y en la sociedad; pero han sido ellos, en su calidad de ciudadanos libres, quienes han promovido en sus respectivos radios de acción los cambios evidentes por medio de las ideas y los principios de la Fraternidad Masónica. Pero de ahí a que sean las Logias y las organizaciones masónicas los adalides de protagonismos políticos -principalmente en épocas de elecciones- hay un mar de distancia y un abismo de diferencia.
Para los activistas políticos, la Institución masónica no tiene un plan que ofrecerles sencillamente porque no permite el debate político de banderías en su seno, y menos aún prohija las diferencias entre sus miembros por virtud de distancias ideológicas y políticas. Justamente es lo contrario lo que las Logias Regulares pretenden: la unidad fraternal en la armonía, la paz, la tolerancia y el amor fraternal.
La Masonería -o por mejor decir: la Institución masónica- realiza sus nobles efectos en la sociedad a través de sus miembros, quienes con su conducta y bonhomía construyen y salvaguardan las instituciones sociales de libertad y progreso humano. Recordemos que nosotros buscamos hacer de los buenos hombres, mejores hombres.
Es un error monumental que los líderes de las organizaciones masónicas regulares pretendan aprovechar sus cargos y representaciones para abonar en su propia cuenta e interés mundano y extramasónico. Deben recordar que ellos son siervos -es decir, servidores de sus hermanos- quienes les han elegido para contribuir a la mejoría de la Fraternidad y no para exhibirse como masones, como líderes de éstos ni tampoco para captar los reflectores de los medios, excepto si lo hacen para cumplir con sus funciones estrictamente masónicas.
La Masonería es para los masones, y la política para los políticos. Esta es una verdad que todos deberíamos inculcar en nuestras Logias azules y en nuestros Cuerpos de Grados electivos.
Santidad al S.
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